Me levantaré ahora e iré, iré a Innisfree,
y haré allí una humilde cabaña de arcilla y zarzas;
nueve hileras de judías tendré allí, una colmena que me dé miel
y viviré solo en un claro entre el zumbar de las abejas.Y allí tendré algo de paz, pues la paz viene gota a gota
y cae desde los velos matinales a donde canta el grillo;
allí la medianoche es una luz tenue, y un cárdeno brillo el mediodía,
y colman el atardecer las alas del pardillo.…
Con este extracto del poema: «La isla del lago de Innisfree», el poeta y dramaturgo irlandés William Butler Yeats describía a Innisfree, un pequeño islote en el condado de Sligo: el lugar que le vio crecer y una de las zonas que recorrimos durante la ruta costera del Atlántico de Irlanda. Una descripción que emana paz en cada verso, y que bien podría proyectarse en todo su litoral oeste, donde grandes lagos, espigados acantilados, extensas praderas y montañas de 40 tonalidades de verde hacen de esta ruta una de las más atractivas de Europa, además de la objetiva distinción de: ruta definida de costa más larga del mundo.
Aunque la isla abarca innumerables atractivos, tanto en Irlanda del Norte como en la República de Irlanda, nosotros nos vamos a centrar en esta última, y concretamente en la ruta conocida como: Wild Atlantic Way.
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Inicio de la ruta costera del Atlántico de Irlanda
Desde Kinsale – muy cerca de Cork – , al sur, hasta la punta del cabo de Malin Head, al norte, transcurren más de 2.500 km de carretera, tan sinuosa como la señal que la identifica.
Lo más probable es que aterrices en Dublín, una ciudad idónea para comenzar a adaptarte al país – con una Guiness en la mano, por supuesto – mientras escuchas música en directo en alguno de los muchos pubs que retumban en la zona de Temple Bar. Y es que el pub es el lugar de reunión por excelencia para lo irlandeses, donde personas de cualquier estatus social disfrutan de una buena cerveza y de una mejor música, siendo el espacio ideal para sociabilizar y comenzar a sentir cómo late el país. Carteles que rezan «aquí no hay extraños, solo amigos por conocer» dan buena cuenta de la filosofía del pub irlandés, y por ende, de Irlanda.
Estas dos características de los irlandeses: simpatía y buen gusto musical, se pueden intuir analizando su bandera: verde en honor a los católicos, naranja por la minoría protestante y blanco en señal de paz – paz conseguida tras 30 años de conflicto y 3.300 muertes –. Y a través de su escudo, donde el protagonista es un arpa. Otras curiosidades que enriquecen la peculiaridad de Éire son, por ejemplo, que su primer idioma oficial, el gaélico, es hablado por un bajo porcentaje, tanto es así que se premia con 200 euros al mes a todo aquel que lo mantiene vivo; o también que los deportes nacionales son el fútbol gaélico y el hurling, desconocidos para el resto de Europa.
Aunque estoy convencido de que las ganas por conocer Dublín te pueden, también existe la posibilidad de llegar en avión a Cork, el punto inicial – o final – de la Wild Atlantic Way, desde Madrid y Barcelona – en los meses de verano -. Pero no temáis, al igual que en Dublín, en Cork tampoco faltan los pubs de «aclimatación» – Cork, considerada la segunda ciudad más importante del país, tuvo el privilegio de ver partir por última vez al Titanic desde el cercano puerto de Cobh. –
Tramo norte de la ruta costera del Atlántico de Irlanda
Si no dispones de los días suficientes para completar los 2.500 km, siempre puedes realizarla por etapas, como si del Camino de Santiago San Patricio se tratara. Nosotros nos decantamos por el trayecto que va desde la abadía de Kylemore hasta el faro de Fanad Head, abarcando algunos de los condados que inspiraron a Yeats en sus poemas: como su amada Sligo; o otros como Galway, Mayo o Donegal; teniendo que sacrificar puntos emblemáticos como los acantilados de Moher, las islas de Aran o el Anillo de Kerry, entre otros.
Región de Connemara
Empezar en Connemara es hacerlo por todo lo alto. Para muchos es posiblemente la etapa más completa de todo el recorrido. Es una de las pocas regiones Gaeltacht – de habla gaélica -, y es que, Connemara es una región de costumbres y tradiciones arraigadas.
Abadía de Kylemore
Desde Dublín, y atravesando de costa a costa la isla, llegamos a uno de los lugares más icónicos y románticos de toda Irlanda, la Abadía de Kylemore. Este antiguo castillo fue el broche perfecto a una idílica historia de amor entre un lord inglés, Mitchell Henry, y su amada, Margaret. Ella quedó tan prendada de Connemara que, en 1867, Mitchell le construyó un castillo a los pies del lago de Kylemore. Tras la muerte de Margaret, la fortaleza sufrió un gran deterioro hasta que en el siglo XX fue regalada a las monjas benedictinas que huían de la I Guerra Mundial, transformándolo en abadía.
Fiordo de Killary
Tras dejar atrás la fortaleza del amor, bordeamos el único fiordo de toda Irlanda. Killary es un fiordo glacial que provoca una frontera natural entre los condados de Galway y Mayo. Sus aguas forman un espejo natural asombroso. No es difícil entender por qué Margaret Henry se enamoró de este enclave. Desde la ventanilla del coche no es sencillo avistar los delfines que suelen juguetear en las profundidades del fiordo, pero existe la posibilidad de intentarlo a bordo de un catamarán. Lo que sí se puede ver son las innumerables granjas de mejillones.
16 km de reflejos que terminan en el Océano Atlántico, y que fueron recorridos por más de dos millones y medio de irlandeses rumbo a América durante el periodo de la hambruna de la patata – a mediados del siglo XIX -, tragedia que asoló con dureza a Connemara.
Glen Keen Farm
Estoy seguro de haber escuchado la palabra turba millones de veces, pero si te soy sincero, nunca lo había visto con mis propios ojos, o eso creo. Prácticamente toda la ruta es zona de turbera, un combustible de otra época que aún se sigue utilizando como fuente de energía barata. Lo que hoy es una turbera, con anterioridad fue una ciénaga o zona pantanosa que, tras secarse con el paso de los siglos y la consiguiente descomposición de vegetales, acabó transformándose en turba. La ausencia de oxigeno es total bajo estas tierras, conservando a la perfección todo lo que quedó enterrado: desde animales, personas o lingotes de oro de un valor equivalente al que tiene la turba para los irlandeses.
En Glen Keen Farm, una de las granjas más grandes y longevas de Irlanda, no solo nos hablaron de las bondades de la turba, también nos hicieron una demostración magistral de pastoreo, otro de los motores económicos de Irlanda, no en vano Irlanda tiene 6 millones de ovejas y tan solo 5 millones de habitantes. Fue una auténtica delicia presenciar el buen equipo formado por: pastor, tres perros y decenas de ovejas. Toda una obra maestra en el arte del pastoreo.
Westport
Westport limita al norte con la fascinante Connemara. En 2012, el periódico Irish Times, eligió a esta pequeña localidad como el mejor lugar para vivir en Irlanda. Solo hace falta pasear una tarde por sus calles de coloridas fachadas para no dudar de semejante título. Fachadas que compiten por mostrar las flores más llamativas: desde las más comunes hasta auténticas enredaderas que las cubren por completo.
Un lugar anclado en tiempos pasados que mantiene relojes de piedra decorando las siempre tristes rotondas. O puentes del mismo material cruzando el río Carrowbeg, poco caudaloso a su paso, como si no quisiera entorpecer los sonidos celtas que guían hasta el mítico pub Matt Molloy´s, un verdadero santuario para los amantes del pub irlandés. Si tienes suerte, podrás escuchar al prestigioso flautista del grupo The Chieftains – y propietario del pub – , Matt Molloy, mientras agarras una pinta.
Pero no solo la música es el principal atractivo de este pequeño pueblo, también lo es Westport House, una gran mansión de arquitectura georgiana que fue residencia de la famosa reina pirata Grace O Malley. Sin olvidarnos de la montaña más sagrada de Irlanda, que destaca por encima de las casas solariegas de Westport, Croagh Patrick. Esta montaña, de 764 m, es lugar de peregrinación en honor a San Patricio – desde hace más de 5.000 años -. Durante el Reek Sunday – el último domingo de julio -más de 25.000 peregrinos ascienden a su cima, desde donde se obtienen unas vistas inmejorables de la bahía de Clew.
Alojamiento
Nuestro alojamiento en Westport fue The Wyatt Hotel.
Costa del surf
Sligo, el siguiente condado en nuestro camino hacia los cabos del norte, no solo es un paraíso para los surferos sino que también es «tierra de Yeats». El Premio Nobel de literatura, William Butler Yeats, se encuentra enterrado en el cementerio de Drumcliff, situado en la base de la otra gran estrella de Sligo, la imaginativa montaña de Ben Bulben, muy presente en los versos del poeta. Protagonismo compartido con el castillo de Classiebawn, que parece sacado de un cuento de Disney.
Cabos del Norte
Para terminar, nos adentramos en el condado más al norte de Irlanda, Donegal. No sé si su lejanía con las «grandes» ciudades de la isla tiene algún tipo de relación, pero lo cierto es que me pareció el condado más salvaje de cuantos recorrimos. Saltos de agua, vertiginosos acantilados, castillos de época, playas de arena fina… es la tónica a lo largo y ancho de Donegal. National Geographic Traveller lo catalogó en 2017 como uno de los lugares más “cool” del planeta.
Ciudad de Donegal
Aunque su nombre puede llevar a engaño, Donegal no es la capital del condado, de hecho es la cuarta ciudad más poblada de este. Aunque en el pasado sí que tuvo la importancia que se le presupone, llegando a ser la capital de la Irlanda gaélica. A día de hoy, un tercio de la población de Donegal continúa hablando gaélico como lengua habitual.
Con mucho menos encanto y ambiente que Westport, el mayor atractivo es su castillo homónimo. Un castillo del siglo XV que fue residencia del clan O’Donnell, una de las familias más importantes de Irlanda.
Alojamiento
Nuestro alojamiento en Donegal fue The Gateway Hotel.
Muckros Heard
Nuestros objetivos principales en el condado de Donegal eran dos: los acantilados de Slieve League y el faro de Fanad Head. Pero la estrecha península de Muckross Head fue una de las sorpresas más agradables del viaje. Además de dos bonitas playas, aquí encontrarás algunos de los acantilados más atípicos, compuestos por diferentes capas horizontales de roca kárstica que hacen la delicia de los escaladores.
Slieve League – en irlandés Sliabh Liag –
Uno de los puntos de la Wild Atlantic Way – La ruta costera del Atlántico – que teníamos marcados en rojo eran los acantilados de Slieve League – Sliabh Liag en irlandés -. Con 601 metros de caída hacia el océano, son los acantilados más altos de Irlanda y unos de los más altos de Europa.
Mucho menos conocidos que los famosos acantilados de Moher, y por lo tanto con un entorno menos artificial, factor determinante para sentir la naturaleza salvaje en estado puro, consiguiendo conectar plenamente con ella gracias a la fuerza desmesurada que transmite este maravilloso lugar. Aunque he de admitir que la verticalidad de los acantilados de Moher me crearon un mayor impacto visual en mi anterior viaje a la Isla Esmeralda. Constatando la autenticidad de este enclave, destaca la única playa que existe en su base, una playa de arena blanca que es accesible solo en barco.
El mejor punto para disfrutar de este espectáculo visual es el mirador de Bunglas, desde aquí sale un estrecho sendero que te lleva a lo más alto de los acantilados, donde una antigua torre construida por los británicos vigilaba posibles invasiones napoleónicas, o donde un letrero gigante, y pintado sobre la tierra, que dice EIRE advertía a los aviones, durante la II Guerra Mundial, que se encontraban sobre tierra neutral.
Nota
Aunque están estudiando la posibilidad de restringir el acceso con vehículo hasta el mirador de Bunglas – el mejor punto para disfrutar de los acantilados –, en el momento que se escribió este artículo, se podía abrir la valla que existe en el primer aparcamiento y subir hasta el parking de arriba – ambos gratuitos -.
Faro de Fanad Head
Junto con Connemara, la etapa que transcurre entre los acantilados de Slieve League y el faro de Fanad Head es una de las más bellas de la Wild Atlantic Way – la ruta costera del Atlántico -. Tras atravesar el «valle de los Cines» – GlenGesh – , donde las 40 tonalidades de verde que existen en Irlanda parecen multiplicarse, llegamos a Ballymastocker Bay, con su playa conocida como Portsalon Beach, designada como la segunda playa más bella del mundo por la revista The Observer.
El faro de Fanad Head se sitúa entre el lago Swilly y la bahía de Mulroy. En estas orillas tuvieron lugar 2 naufragios trágicos. El sucedido en 1811, y que costó la vida de más de 250 personas, motivó la construcción del faro, comenzando a funcionar en el día más especial posible, en Saint Patricks’s Day del año 1817. El faro fue el hogar de diferentes fareros y sus familias hasta que se automatizó en 1983.
Nota
A día de hoy puedes convertirte en farero por un día y dormir en una de las habitaciones existentes.
Alojamiento
Nuestro último alojamiento del viaje fue en la ciudad de Letterkenny. Dillon’s Hotel.
Fin de la ruta costera del Atlántico de Irlanda
Ruinas de Monasterboice
De regreso a Dublín, puedes realizar una última parada en las ruinas de Monasterboice, en Drogheda. En este mismo lugar, en el siglo XV, se situaba el monasterio de San Buitre. Hoy siguen en pie, y en un estado impecable, tres cruces celtas del siglo IX, siendo una de ellas la cruz celta más alta de Irlanda. Cruces que indicaban la ubicación exacta de los sepulcros de personas importantes del clan.
Esta fue mi tercera visita a Irlanda en 10 años. La encontré tal y como la recordaba, aunque quizás esta vez la disfruté de una forma diferente, apreciando aun más cada tono verde, cada valle glaciar, cada montaña sagrada, cada sonrisa amable, cada nota celta… Como diría Yeats, Irlanda sigue siendo «La tierra del deseo del corazón».
Nota
Este viaje fue posible gracias a la Oficina de Turismo de Irlanda.
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